Formas (cofrades) vs fondo, ese difícil equilibrio

José María Pinilla
José María Pinilla
03/10/2022

A los cofrades se nos llena la boca proclamando que nuestra Semana Santa hunde sus raíces siglos atrás y que, a la vez que mantiene su esencia, es algo vivo y actualizado en función de los tiempos. Aunque no es fácil, lo cierto es que solemos reinventarnos sin perder la identidad cincelada por el peso del tiempo, logrando no cerrar el paso a los nuevos sin desnaturalizar lo que nuestros mayores nos legaron. Esto es como las bullas, que los sevillanos autorregulamos y no precisan de quien las ordene. Pero, ¿es tan cierto como nos enorgullecemos en afirmar?

Para comprobar si algo conserva su autenticidad con el paso de los años es un ejercicio tan lógico como recomendable compararlo en diferentes momentos históricos. De este modo, teóricamente, podremos apreciar si la renovación –llámenlo si quieren afianzamiento o recreación– de las formas en las cofradías no nos ha hecho perder la observancia del fondo que debe subyacer. No hará falta irnos al siglo XVII, sin duda demasiado distante en el entorno social, cultural e incluso religioso, sino únicamente algunas décadas atrás, unos sesenta años. Como a los amantes de la saga de Regreso al Futuro nos gusta decir, arranquemos el DeLorean.

En 1962 la realidad era, por obvio que resulte, bien diferente a la de hoy. Tomo ese momento como referencia, más allá de por la cifra redonda de años que han transcurrido, por ser cuando se produjo la primera retransmisión televisiva de nuestras Cofradías. Indica el recordado Juan Carrero en sus documentados Anales que TVE instaló sus cámaras en la Catedral para que nuestros pasos se vieran en todo el territorio español. Sí, en la Catedral. No en la Campana ni en los Palcos, ni en cuestas ni arcos. En aquel tiempo la media de nazarenos de las cofradías dudo que llegase a los 400, y con probabilidad casi ninguna se acercaría al millar. Aun siendo la distancia desde los templos la misma que hoy, los cortejos tardaban un tiempo considerablemente menor, y la música se oía de cuando en cuando, casi solo en las revirás, y ni siquiera en todas. Las cuadrillas eran retribuidas (igual que los acólitos) y no acaparaban protagonismo alguno. Por supuesto, ningún colectivo de costaleros podía influir en la elección o no de un hermano mayor. En las tiendas únicamente podían encontrarse dos o tres vinilos de marchas procesionales. Y sencillos, de apenas diez minutos cada uno para disfrute del capillita. Por su lado, en los receptores de radio no había mucha más opción que el veterano programa Saeta que vio la luz de la mano de Carlos Schlatter en 1955, con la voz de Centeno abriendo las puertas de la nostalgia.

De regreso al presente, no necesito explicar que vivimos en una sociedad audiovisual, en la que la inmediatez prevalece por encima de todo. Nuestra Cuaresma –si así llamamos al tiempo de espera (¿hemos olvidado lo que significa esperar?) de la Semana Santa– excede con holgura los cuarenta días canónicos, ya que todo el año disfrutamos de espacios periodísticos con la actualidad de las hermandades y proliferan los blogs, portales, foros y canales videográficos, que multiplican –desechen por Dios bendito el irritante término de viralizar– la difusión de cuanto sucede o se cree que pueda suceder. Incluso se pronostica el tiempo con semanas de antelación. Cada año se estrenan cientos de marchas procesionales, buena parte de las cuales se conciben para mayor gloria de quienes portan a las Imágenes gracias a su no comedida dosis cascabelera y rumbera. 

No quiero establecer una visión que añore cualquier tiempo pasado porque sí. Las hermandades han crecido en muchos aspectos, como la obra social, la integración de todos en su seno y la mejora considerable de su patrimonio de diverso tipo. ¿Pero estamos demasiado centrados en la superficie con chicotás eternas, romerías a la Campana y sprints en la Catedral, flautines, petaladas y chillidos falsamente espontáneos, coreografías incesantes, cortejos que entran a horas intempestivas, comentarios desmedidos amparados en el anonimato de la red para herir al que piensa distinto... –añadan los ejemplos que crean oportunos– que olvidamos el verdadero motivo por el que los pasos salen a las calles y por el que nuestras Hermandades llevan siglos activas? ¿Hay tal vez una preponderancia abusiva del espectáculo frente a la vivencia interior? No sería un mal tema de debate para la próxima tertulia con sus amigos cerveza en mano, ¿verdad? Y eso que no hemos hablado de las salidas extraordinarias…

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